Por Gonzalo Lara
Roberto Gómez Bolaños es un buen ejemplo para empezar. Como muchas cosas en este país, él viene de la transa, el cochupo, la mordida, la corrupción, el nepotismo y la violencia. El libro documenta que era parte de la pandilla del Negro Durazo y Luis Echeverría que operaba en la colonia Del Valle. Para completar el cuadro, sobrino de Díaz Ordaz.
Con el tiempo, y con esos conectes, se enquistó en la televisión mexicana y latinoamericana hasta el día de hoy, gracias a una caricatura (¿pleonasmo?) que sustituye a los personajes de carne y hueso y sigue la misma línea gastada de “cachetadas y pastelazos” que refiere Mejía Madrid. Por supuesto, perpetúa al muerto de hambre sin casa que hace lo que sea por un pedazo de pan, al pobre con ínfulas de rico y al idiota conformista como candidato a seguirlo siendo, porque así es la vida y no vale la pena querer salir del agujero-vecindad donde se vive. Fue a llevar el cáncer de sus gracejos a Chile y Argentina durante las respectivas dictaduras; se cuadró ante Pinochet y Videla y ellos lo recibieron como jefe de estado. Al día de hoy, tal vez media Latinoamérica lo abomina, pero la otra mitad lo idolatra y lo seguirá haciendo quién sabe por cuántas generaciones.
En esta novela, Fabrizio Mejía presenta instantáneas de momentos clave en la historia de la televisión en este país, que en realidad se reduce a la historia de tres hombres, abuelo, padre e hijo, desde siempre rodeados del sistema, presidentes, saqueadores disfrazados de empresarios, mafias, lujos, mujeres y una enorme alfombra debajo de la cual esconder las toneladas de porquería que cuesta mantener la caja idiotizante encendida perpetuamente.
Hoy es lugar común -y no por eso menos cierto- decir que prácticamente no podemos hacer nada sin que de alguna manera beneficiemos a Carlos Slim: levantar el teléfono, usar un cajero, prender la luz, conectarse a Internet, tomar agua, encender el coche, en fin, casi lo que sea. Con los Azcárraga y Televisa ocurre algo similar, según se lee en Nación TV. Hace poco murió el celebrado arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. El INAH se regodea con el mote “el arquitecto que construyó para la gente”. Puede ser, pero entre esa gente debería especificar la que se apellida Azcárraga o Sada: les hizo el Estadio Azteca y la Basílica de Guadalupe, dos templos para estar perfectamente amaestrados (sin contar que coordinó las olimpiadas del 68 y siempre fue incondicional del Ordaz y subsecuentes). Comprar cualquier cosa que se anuncie en la tele, es aportar para que este Emilito, como su padre, pueda escaparse de los tormentos de ser millonario y poderoso en súper yates de millones de dólares que miden casi lo mismo que una manzana donde vivimos los de a pie.
Nación TV cuenta con nombres y apellidos la macabra boda indisoluble entre los que administran el país y los que se encargan de apaciguar a los administrados. Por supuesto, no puede quedar al margen de esta ceremonia el administrador de los administradores, el narco, que se pasea como por su casa entre sets, estudios, grabaciones y camerinos repartiendo golosinas para que los rostros bonitos de los programas matutinos salgan con bríos a promover las campañas contra las drogas y los valores familiares. Es una realidad que lo que no sale en la tele, para la gran masa, no existe. Esta historia de la televisión mexicana, la de una familia, la de un hombre, nunca la va a contar Krauze. Si tienen tele, mejor úsenla para ver películas interesantes.
Texto: Machetearte
Portada: Grijalbo
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